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Me convertí en mi madre (2): JAV (2b)

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Medité sobre los cambios que se estaban produciendo en la sociedad en punto a la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, su abandono de las tareas hasta hace no tanto destinadas a ella, y cómo, gracias al esfuerzo de unas heroicas mujeres se habían conseguido esto avances. Me consideraba persona ilustrada, y progresista, y por ello consideré que quizá este cambio que me había sobrevenido me diera una forma novedosa de interpretar la realidad de la mitad del país que estaba en situación de minusvaloración.

Pero esto me duró unos diez segundos. Lo que yo quería era probar este cuerpo. Fui corriendo al dormitorio y mientras iba ya me levantaba la falda. Al llegar fui al fiel espejo que me había dado el susto por la mañana. Ahora, con más calma, pude comprobar que, como mujer, no estaba mal (mi madre). Me fui quitando la falda y la blusa, mirando todos los ángulos posibles. El culete no estaba mal, redondito, firme donde convenía, amplio, y las braguitas le daban un aire sensual del cual, a lo mejor, yo aportaba el ochenta por ciento, no digo que no. Las tetas estaban también semi firmes, usando a capacidad total el sujetador y, como era la moda, sobresaliendo por encima de la balconada o como se diga. Escote o yo qué sé. Turgencia es palabra que no había usado pero que creo que ahora venía al pelo.

Pelo, aparte de la cabeza, no había. El vello lo había eliminado mamá, y todo estaba limpio. La braguita ya dije que mostraba el contorno de la vulva, y eso me encantaba. Todo en su sitio y limpio. Levanté por arriba la braguita y miré. Nada. Las tetas me impedían ver mucho. Me quité todo lo que pude, y miré aprovechando el espejo. Una vulva agradable, sus dobleces, sus labios, suavecita al toque… Sí, la toqué. Ya que estaba yo allí, me sentía por lo menos con el derecho de usufructo. Abrí despacito la cajita de las sorpresas, y pasé el dedo tembloroso. Qué calor. Busqué más, investigué como si me fuera la vida en ello, metí los dedos, los subí, los saqué mojados, volví a meterlos y con la otra mano busqué el clítoris, y comencé a mover todo lo que se podía mover. Más calor. Me temblaban las piernas y empecé a tocarme las tetas, tirando un poco de los pezones, que también se dejaban lamer, lo cual era algo que yo siempre había querido hacer. Me tuve que acostar bien cómoda (cómodo) ya que vi que se acercaba algo muy grande. El orgasmo fue, efectivamente, grande, como nunca lo había sentido; no es que yo fuera gran experto, pero mi mano sí. Respirando como pez fuera del agua me quedé un rato en la cama, me vino un sueño reparador.

Algo de tiempo pasó, me desperté reconfortado y mirando el reloj despreocupadamente se me subió el corazón a la garganta. ¡La reunión de las vecinas! Un trámite, había dicho mamá, poniendo un gesto que me pareció desmentía las palabras.

Me vestí, salí semi corriendo, los zapatos con tacón me encantaban porque daban un tono a los gemelos y muslos que me resultaba muy sexy. Eso hasta que pasaron cinco minutos, cuando vi que era muy cansado estar sexy. Llegué al edificio municipal, y pregunté. Me indicaron, y subí a la sala. Allí estaban la señora Tanaka y la señora Ashima. Las saludé amablemente, diciendo generalidades que suponía femeninas, y nos sentamos.

Se me quedaron mirando. Pensando rápidamente, me di cuenta de que esta forma de sentarme no era la apropiada.

—Esto, por ponerme en situación…

Fue lo primero que se me ocurrió, y se miraron y rieron. Esa risa de taparse la boca para que no se vean los dientes.

—Qué ingeniosa, es verdad, así haremos mejor nuestro papel.

La mirada de incomprensión mía quedó disimulada porque ellas sacaron de unas cajas una ropa o disfraz de porteadores de procesión, semi kimonos que llegaban más abajo de la entrepierna, y, como eran para hombres, necesitaban de su taparrabos. Era la representación de la fiesta nacional del falo triunfante.

Eso era lo que les daba algún problema, me dijeron. No sabían cómo colocarse aquello, y querían saber si yo entendía de aquello. Sabían que había una forma de colocárselos, pero no querían quedar por incultas o anti-japonesas.

—Yo soy su homb… empecé a decir. Yo soy su hembra.

Más risitas, más taparse la boca.

—Curiosamente he estudiado las tradiciones de nuestro país, y sé del asunto.

Pues sí, yo había sido desde niño partícipe de las procesiones, más por la fiesta que por la devoción al falo. Expliqué las idas y venidas, los nudos y posiciones correctas, primero en mí, y luego ellas sugirieron que se lo explicara sobre ellas. Me habían echado muchas miradas de interés, y pensé que estas señoras daban gusto cómo atendían. No es que miraran mis movimientos, sino a mí, pero pensé que era cosa mía. Pasamos a la acción. Estas telas tienen que ir fuertemente atadas a la cintura para que el esfuerzo no moleste, así que la parte genital anda cuidadosamente envuelta; ahí estaba la cosa, porque cuando yo empecé a colocárselo a la señora Tanaka, me pidió que, por favor, le apretara un poquito, que parecía que se podía soltar. Yo apretaba, la tela se movía, la señora Tanaka se movía un poquito de forma rara, y movía el culillo (lo digo con cariño, por el tiempo que llevábamos en contacto) y suspiraba. La señora Ashima quiso ayudar, y decía que a lo mejor ayudando con los dedos, con lo que ambas estaban afanadas por delante, y yo por detrás, pensando que a mí nunca se me habían presentado tantos problemas. Seguimos así un rato, hasta que me asomé por detrás del culo, y vi que la señora Ashima ayudaba con los dedos pero a otra cosa, porque los tenía dentro de la vagina de la señora Tanaka, y progresaba adecuadamente hasta no sé dónde. Yo, que llevaba un rato viendo culo, no estaba precisamente para contenciones, así que me interesé por si podía ayudar.

—Jai, jai.

Y yo ayudé. Mientras se seguían moviendo dedos, yo fui con la lengua a comprobar la temperatura, y los fluidos, tan importantes. Una me ayudó con los pechos, la otra con mi propio clítoris, que andaba pidiendo ser parte del festejo. Es increíble lo que tres cuerpos pueden llegar a hacer. Yo cunilingüeaba a una, la otra a mí, la tercera a la segunda, en un círculo de jadeos. Las manos iban y venían a despejar ropa, a tocar pechos, nalgas, cabellos. Acabamos cansadas todas, pero satisfechas de la labor realizada.

Una vez recuperadas, nos despedimos y quedamos para la semana siguiente. Todo por la buena vecindad.

Volví a casa recordando que mi madre, al decirme que aquello era rutina, se había sonrojado un poco. Ahora me lo explicaba. Rutina semanal.

Ya en casa comí, reposé y luego limpié un poco, y luego me puse a preparar la cena. Llegó mi madre con un aspecto lamentable. Yo me miraba y no me podía creer que tuviese este aspecto desastrado al volver de la institución donde tanto aprendía. Mi olor tampoco era muy agradable. Pensé poner desodorante en la lista de la compra. Le comenté a mamá lo de las vecinas, simplemente diciendo que habíamos pasado un buen rato con las tradiciones nacionales. Ella pareció entender. Sobre todo al mencionarle que la parte oral de las tradiciones era lo que más me había gustado.

Estábamos, después de que ella me hubiese bañado el cuerpo (ya tenía otro aspecto), colocando la mesa cuando de repente mamá se quedó quieta en el sitio, me miró muy seria y exclamó:

—¡El débito!

—Qué dices, mamá.

—Que cada dos días, sin falta, tu padre y yo nos pagamos el débito conyugal.

—¿Eh?

—Que me echa un polvo cada dos días.

—¡Eh!

—Sí, hijo, eso es así. Él es muy cumplidor.

—Pero, entonces, eso quiere decir…

—Sí. Esta noche te toca.

—Me voy de casa, me exilio a Corea del Norte.

—No, hijo, no podemos explicar esto, ni lo que hemos hecho, hasta que tengamos una idea clara no podemos cambiar nada…

Me explicó (demasiada información, pensé yo) la rutina matrimonial. Yo sentía mareos. Es que un padre…

Llegó papá, cenamos, se fue a bañar, yo también, vimos un poco la tele y llegó el momento de la verdad, que aquí era de la mentira.

Entré al dormitorio, como al matadero seguro, con pocas ilusiones. Mi madre me había dispuesto un tanguita y un sujetador de balcón (luego me enteré de que se llevaba, eso de ir con media teta fuera). Yo los llamaba así porque se asomaban como para ver pasar un desfile. Eran requisito imprescindible, que si no papá protestaba. Me desvestí y puse aquello, que no era vestirse, y me acosté, tapándome como si fuera invierno en Siberia.

Entró papá, silbando una alegre tonadilla, que nunca me había sonado tan mal la música popular, ni tan banal y chocarrera. Llevaba pijama azul y contento de varios colores. Me miró apasionadamente. Yo tragué saliva, y empecé a temblar.

Apagó la luz, a pesar de lo cual se podía ver bastante bien, lo cual no me gustaba nada. Se acercó a mí, poniendo labios de beso, pero exagerado. Un piquito, me pidió. Ay, dios. Se lo di. Un besito solamente, claro no era para conformarse. Me tomó la cabeza y me dio un buen beso con lengua, repasándome las encías y los dientes. La verdad es que besaba bien papá. No era mal hombre. Por no quedarme atrás, también le di un beso, pero más formal. Él insistió, besándome con gran pasión y sabiduría. Se ve que tenía práctica. Yo le respondí, ahora sujetándolo a él, y besando con más atención, que fue correspondida. Sin decir nada nos habíamos puesto de rodillas en la cama, mientras nos besábamos, por comodidad, y él me andaba por las nalgas, acariciando, toqueteando, dando golpecitos, que no me molestaban en absoluto, sino que me iban ayudando a mejorar mi actuación. Incluso me eché el pelo para atrás en un gesto que nunca había hecho, pero sí visto a las mujeres. Con el pelo despejado de la cara, le sujeté a él la suya y continué besándolo, pues tampoco tenía mal aliento ni nada, olía bien, y me gustaba su seguridad. Me atreví a bajar las manos a sus nalgas, y vi que la práctica del golf le había ayudado a tener un culo firme. Suspiró de gusto, y yo continué así. Luego subí las manos a su pecho, y fui desabotonando su camisa. Se la quité. Me incliné a lamerle los pezones; papá no tiene mucho vello, así que no era de disgusto. Él volvió a responder con un suspiro, me tomó la cara, me miró y dijo:

—¿Esta noche hay sorpresas, eh?

—Sí —dije tímidamente.

Qué sofoco. Ahora me tiró para atrás, me fue despojando de todo lo que tenía, y él acabó de desvestirse. Su polla no era nada despreciable. Más sofoco. Conmigo boca arriba se dedicó a mis pechos, que agradecieron los besos y la lengua que tanto los visitaba, dejando su rastro de saliva, primero tibia y luego, al irse enfriando, motivo de que se me pusieran los pezones erguidos.

Algo dentro de mí se iba conmoviendo, se iban cayendo las barreras de antes, y me dediqué a disfrutar de aquella sensación, que ahora combinaba con el cunnilingus mientras paseaba los dedos por las tetas. Me sujetó luego las nalgas, me levantó un poco y comenzó a chuparme la vulva, la vagina, tocó el clítoris, se retractó, volvió a las andadas, empezando a volverme loco o loca de gusto y deseo.

Yo tenía que hacer algo, y sin pensarlo me lancé sobre él y fui besándolo de arriba abajo, hasta irme poniendo debajo de su polla, mientras él se ponía de rodillas sobre mi cara. Empecé a mordisquear y chupar alternativamente la polla y huevos, mojando todo lo mojable, tocando con las manos lo que no alcanzaba con la boca, combinando mis caricias con suspiros que no podía evitar. Él se movía rítmicamente ahora, y, con una cierta agilidad, se giró y comenzamos el sesenta y nueve. Era el séptimo cielo, metió su cara en mis genitales como si pudiera respirar dentro de mí, y me visitó todos los lugares posibles, y otros de cuya existencia dudaba anteriormente. Yo estaba todo mojado o mojada, chorreando casi. Se dio cuenta papá de la situación, y se dio la vuelta.

Su polla, que yo había estado animando con manos y boca, manos que a veces iban a su pecho, acariciaban su cintura o sus nalgas, su polla, digo, entró en mí con una fuerza que yo desconocía, mientras papá cogía una almohada y me la ponía bajo las nalgas, para, así levantada, tener él libre las manos que me buscaban el clítoris y me masturbaban a la vez que persistía en el bombeo cada vez más frenético.

—Ikko, ikko.

Él tampoco pudo aguantar más y se corrió dentro de mí, con otra sensación nueva para mí, llena de deseo en ese momento y desde hacía ya tanto. Mientras acababan las sacudidas se echó encima de mí, yo le abracé y le dije Gracias. Él sonrió, me agradeció también, y así se fue quedando dormido.

Cuando vi que estaba dormido, me separé de él y salí al pasillo, a tranquilizar a mi madre. Que no lo necesitaba, pues nos había estado espiando desde la puerta, y yacía en el suelo, recuperándose. Supe de qué cuando vi que no tenía el calzoncillo puesto y un charco de semen estaba a su lado.

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